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Maradona: 60 años de alegría, por Víctor Amigorena

(Víctor Amigorena). Domingo 22 de junio de 1986, ciudad de México. María Guadalupe se levanta muy temprano, a pesar de que es domingo. Con apenas 15 años debe ayudar a su padre en el puesto de tacos. Por estos días las cosas vienen bien, hay buenas ventas. “Hay muchos turistas y hay que aprovechar” les dice el padre cada noche, organizando la jornada siguiente. Desde hace poco más de un mes el movimiento es intenso en México. Son la seis de la mañana y María Guadalupe se levanta a trabajar.

A la misma hora, en el barrio 30 de octubre, las 1008, barrio que lleva ese nombre en conmemoración al regreso a la democracia en la argentina con un Raúl Alfonsín triunfante en 1983, yo recién me estoy por acostar después de una larga noche con mis amigos. Comodoro Rivadavia, domingo 22 de junio de 1986.

La mañana en los alrededores del estadio Azteca es intensa. Allí se jugará al mediodía el partido mas importante sin dudas del Mundial de Fútbol. Argentina-Inglaterra. En el barrio, en las 1008, también hay movimiento, preparando la picada para la previa.

A las 12 menos cuarto me levanto y me voy a la casa de pancho, mi amigo. Ahí, con nuestros años de adolescencia a cuentas nos juntamos todos a ver al Diego. Mi hermano Sergio quedó en casa. Lo veía ahí, en el comedor donde teníamos el Philco.

“Vamos a ganar, por los chicos de Malvinas, estos ingleses hdp no nos van a poder”, decíamos en ese entonces con el recuerdo aún vivo de la guerra, sin saber tal vez todo el significado que eso tenía.

Y vino el primero y saltamos de alegría, y nos abrazamos y escuchamos los gritos en todo el barrio, y alguno que salió corriendo a tocar la bocina del auto. Pero eso no era nada. Lo mejor, lo emocionante, lo histórico, lo imborrable, venía después. La Mano de Dios ya estaba en la cancha.

Y vino. Y apenas el Diego la pisó en el medio de la cancha ya nos comenzamos a levantar del sofá, de las sillas. No se por qué, fue un impulso, una intuición. Y no nos sentamos, fueron segundos eternos. 10 segundos tardó. Pero para nosotros eran horas, era en cámara lenta. Nadie se acuerda que dejó en el camino a dos Pete, a dos Terry y a la muralla de otro Peter, de apellido Shilton. Nadie se acuerda. Pero todos nos acordamos la jugada. Fueron diez segundos que duran años. Hasta hoy. Que cada vez que lo veo me emociono. El azteca, que nos abucheaba, se tuvo que rendir. El dios Inti estaba ahí.

Y el barrio explotó, todas las ventas abiertas repletas de gritos. De papelitos, de banderas. Las ventanas rojas del sector 8 de las 1008 se convirtieron en celeste y blanco.

Y eso era, es, Diego. Pura emoción. Con errores y aciertos. Con 60 años de alegría encima para todos nosotros. Por eso cuando algunos dicen que tal o cual es mejor que diego solo sonrío. La comparación no es posible para mí. Porque yo viví eso. Yo viví el 86, yo viví el partido y el gol del siglo. Yo viví y vivo a Diego. Porque digan lo que digan, el Diego es el Diego. No hay discusión para mí. Felices 60, y gracias, gracias, por tanta alegría.

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