Al cabo de tres años y tras intensas gestiones todos fueron dejando el terreno que el cura párroco les había prestado, salvo una familia, de ocho integrantes, que no solo no se fueron sino que usurparon la iglesia.
Actualmente, el lugar está cerrado con candados y durante estos años, según cuenta la propia intendenta, en el lugar funcionó un kiosco, una casa de lencería y en el último tiempo instalaron un parripollo.
Por este motivo, en Juárez Celman no hay más misas y las clases de catequesis, las comuniones o bautismos se celebran en la plaza.